El sueño chileno se tornó pesadilla para una mujer colombiana, seducida por espejismos de bienestar social. Atravesó fronteras impulsada por las promesas que otras personas le comentaron sobre Chile: arriendo, salud, sustento y transporte. Pero al pisar suelo chileno, la tierra prometida se desvaneció, dejando tras de sí una cruda desilusión.
Con la voz quebrada y la mirada perdida, la inmigrante desnudó su realidad en un video conmovedor. «Llegamos a Santiago con nuestras maletas, buscando una mejor oportunidad. Nos estamos quedando en un pequeño espacio que no hemos invadido; en realidad, lo estoy cuidando para el dueño... Creí en las promesas de los bonos, de la vivienda, el mercado y la salud, pero al final me equivoqué, me dejé llevar y ahora estamos viviendo en la calle». Su testimonio se dibuja sobre un fondo precario: un rincón de tierra y plantas, el improvisado hogar que ahora cobija sus noches.
La vulnerabilidad se aferra a su relato. Su mayor desvelo, paradójicamente, es velar por el espacio prestado, un compromiso asumido con el dueño para mantenerlo a salvo de intrusos. La ilusión de un futuro mejor en Chile se ha desmoronado, dejando a esta mujer y su familia a la intemperie, lidiando con la fragilidad de una promesa incumplida.